Esta zona, ocupada originalmente por un denso y húmedo bosque de laurisilva, fue paulatinamente degradada por la actividad humana, especialmente tras la llegada de los conquistadores castellanos en el siglo XV. Sus centenarios árboles fueron los primeros en caer para asistir las demandas de los incipientes núcleos urbanos; una tala indiscriminada que continuó hasta la completa roturación del terreno para el uso agrícola y ganadero. En unos pocos siglos se destruyó una gran parte de los antiguos bosques que cubrían Tenerife y muchas zonas como esta de La Orilla quedaron reducidas a terrenos baldíos o meros pastizales.
Fue a mediados del siglo pasado cuando, ante la cruda realidad de encontrarse con un entorno fuertemente deforestado, se impulsaron acciones dirigidas a reforestar amplias áreas de Tenerife y gracias a las cuales se empezó a revertir este proceso degradador. Estas primeras reforestaciones realizadas durante la dictadura franquista fueron decisivas para recuperar la masa forestal pero carecieron de un planeamiento y análisis científico adecuado. Este hecho provocó errores como la plantación de árboles muy cercanos entre sí, la utilización de pino canario en áreas potenciales de Laurisilva o incluso el uso de especies foráneas como el Pino Insigne o el Eucalipto por su rápido crecimiento.
La falta de experiencia y
planificación de las primeras reforestaciones iniciadas en los años 40 tuvo
como resultado la introducción de especies exóticas como el pino insigne o
el eucalipto que, debido a su rápido crecimiento, asfixiaban e impedían
cualquier intento de regeneración natural de la laurisilva.
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Las restauraciones
ecológicas llevadas a cabo hoy en día se alimentan del conocimiento y
experiencia acumulados durante décadas de reforestación. Estas actuaciones
se basan en criterios biológicos más que en la apariencia estética o el
aprovechamiento económico de las zonas tratadas.
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