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sábado, 7 de noviembre de 2009

PINO CANARIO (Pinus canariensis): “El guerrero inmortal”

Nada puede detener al pino canario en su empeño por alcanzar el cielo, nada, ni las sequías más penosas o el furioso viento, ni las lavas de un volcán o el más temible incendio, tampoco el pasar del tiempo, nada es temible para este glorioso guerrero, ¡nada!… o tan solo la codicia de un pueblo.

El pino canario (Pinus canariensis), es el árbol más habitual en las Islas Canarias, así lo demuestran los extensos pinares de las cumbres de Tenerife, La Palma, El Hierro y G. Canaria. En La Gomera su presencia es puntual y tanto en Lanzarote como en Fuerteventura su presencia se limita a escasos ejemplares, todos ellos de origen antrópico (introducidos por el ser humano).

Este pino es un árbol de gran porte que suele alcanzar los 30 metros de altura (aunque algunos ejemplares superan los 50 metros) y tiene una forma piramidal en sus inicios y aparasolada cuando va cesando el crecimiento vertical. Una de sus características más conocidas es su increíble resistencia al fuego que le permite rebrotar tras ser calcinado por un incendio forestal, pero también es llamativa la gran capacidad que tiene para germinar sobre coladas lávicas colonizando suelos muy jóvenes. Sus hojas son aciculares y se agrupan de tres en tres, lo cual es una característica que lo diferencia de la mayoría de especies de pinos del mundo (que las agrupan de dos en dos). El pino canario es una especie monoica, es decir, con flores masculinas y femeninas en el mismo ejemplar. Las flores masculinas son racimos amentiformes que desprenden gran cantidad de polen mientras que las femeninas producen las conocidas piñas. Las piñas pueden llegar a medir de 12 a 18 cm de largo por 8 a 10 de diámetro en su parte más ancha y tardan en torno a dos años en madurar, tiempo suficiente para que se formen dos piñones por cada escama de la piña. El tronco del pino posee una corteza pardo-rojiza resquebrajada en los ejemplares adultos y pardo-grisácea lisa cuando el pino es joven.

Entre los mejores pinares de Canarias podemos citar la Corona Forestal en Tenerife, las laderas de la Caldera de Taburiente en La Palma, la zona de “El Pinar” en la isla del Hierro o el pinar de Tamadaba en la isla de Gran Canaria.
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Fue tras la destrucción de los pinares cuando los pinos supervivientes decidieron cesar en su intento de alcanzar el cielo. Nada importaba ya allá arriba si bajo sus pies ya no existía un bosque sino un campo de batalla. Fue entonces cuando extendieron sus ramas hacia el horizonte y dejaron de señalar al firmamento. Son los pinos gordos de Vilaflor, el pino de Tágara en Guía de Isora, los pinos de Gáldar, los “Pinos de la Virgen” de Fuencaliente, Puntagorda y El Paso…
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Nada puedo hacer este inmortal guerrero para escapar del exterminio al que fueron sometidas las Islas Canarias durante y después de la conquista castellana. Al exterminio humano que sufrieron los aborígenes se sumó pronto el exterminio de nuestros bosques a manos de despiadados sin escrúpulos. Los más altos y bellos pinos fueron los primeros en caer y transformarse en madera para construir los primeros asentamientos, muebles, barcos, carretas…, esta destrucción de los pinares se vio además potenciada por el negocio de la “pez”, una mezcla de resina y cenizas que se obtenía tras la quema de madera de pino tea en los hornos de piedra construidos en medio de los pinares. Esta sustancia llamada “pez” se utilizaba para impermeabilizar los barcos de la época por lo que suponía un lucrativo negocio que llevó a los pinares naturales de nuestras islas al borde de la extinción.

Hoy en día, y tras sucesivas repoblaciones forestales, el pino canario cuenta con una amplia distribución en el archipiélago. Desgraciadamente, es cierto también que la falta de planificación durante las repoblaciones de décadas anteriores ha llevado al pino canario a ocupar espacios ecológicos que no le corresponden, dentro de los dominios potenciales de la laurisilva.

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